En la clase de Ciencias de séptimo grado, dirigida por la profesora Carolina Martínez, los estudiantes se sumergieron en una experimentación científica para responder una pregunta: ¿hay partes que componen las moléculas de alimentos que llegan a la planta desde arriba de la superficie?
Antes de iniciar, los estudiantes hicieron predicciones fundamentadas: ¿el CO₂ aumentaría, disminuiría o se mantendría igual, en comparación con un sistema abierto? Luego, aplicando la estrategia I² (Identificar e Interpretar), anotaron tres observaciones (“What I See” o WIS) y tres interpretaciones (“What It Means” o WIM) para entender mejor lo que ocurría dentro de esa pequeña cápsula de vida vegetal.
Para la realización de este experimento, y usando como materia prima una hoja de espinaca, los estudiantes crearon un pequeño sistema cerrado: colocaron la verdura dentro de una bolsa transparente junto a un sensor de dióxido de carbono (CO₂) y ubicaron una luz de crecimiento a unas 6-8 pulgadas de distancia para simular la luz solar. Cada cinco segundos, el sensor registraba la concentración de CO₂, permitiendo a los jóvenes científicos observar en tiempo real cómo los niveles del gas variaban.
Los resultados no decepcionaron: el nivel de CO₂ bajó, mientras que el de oxígeno y vapor de agua aumentó. ¿Qué significa esto? Que el CO₂ entró por las hojas, probablemente como materia prima para la fotosíntesis, mientras que el oxígeno y el agua fueron expulsados. Así, los estudiantes confirmaron que, en efecto, las plantas pueden “alimentarse” del aire.
Además, compararon su experimento con otros modelos similares para reforzar el análisis y la comprensión científica. Esta actividad no solo promovió el aprendizaje activo y el pensamiento científico, sino que también despertó una nueva curiosidad por el mundo natural que nos rodea y que respira junto a nosotros.